noviembre 20, 2009

Pare de sufrir

My life closed twice before its close;
It yet remains to see
If Immortality unveil
A third event to me,
So huge, so hopeless to conceive,
As these that twice befell.
Parting is all we know of heaven,
And all we need of hell.
Emily Dickinson

Leí por primera vez este poema en la secundaria, en la clase de inglés. Ah, cómo sufría Miss Dickinson... y cómo sufría yo. A esa edad ya me identificaba con el tono oscuro del poema... cuando todavía no sucedían los dos acontecimientos de los que habla. Emo de clóset antes de que los emos existieran. Después vendrían a mi vida esos dos terribles acontecimientos... y muchos, muchos más. Años de sufrir y sufrir... completamente de balde. De oquis. Sin necesidad. Por puro hobby, pues.
Claro que las penas duelen. Perder trabajos (en mi caso, la vocación de mi vida), perder amores, ver morir a seres queridos, padecer enfermedades... todas son cosas que duelen y mucho. Respeto totalmente el dolor de los demás y las formas en que lo enfrentan, pero en mi caso mío de mí, me doy cuenta de que en buena medida sufrí más de la cuenta. Aumenté terriblemente la proporción de las penas y las hice más pesadas. Y me quedé pegada en el dolor durante años, recordando, repasando, reviviendo.


Estoy convencida de que el dolor es adictivo. Sufrir es torcidamente agradable. Sufrir me hacía sentirme especial, diferente, superior. O eso creía. Perdí años en ese juego, años que nadie me va a recuperar. Peor aún, perdí a gente entrañable que simplemente se aburrió de tratar conmigo. E hicieron bien.


Entonces llegó la era del Prozac (“felicidad” en comprimidos) y me dije “Ah, como lo mío es depresión clínica, esta es la solución.” Error. No era depresión clínica, sino una simple neurosis bastante pedestre y de cajón, que yo solita me encargué de inflar a un tamaño ridículo. Nótese que estoy totalmente a favor de los apoyos médicos para tratar los desequilibrios emocionales, pero sólo un especialista lo puede determinar... nunca, nunca el propio paciente. Lo bueno fue que en busca de las milagrosas pastillitas llegué con un excelente terapeuta, psicoanalista de línea dura pero con gran oficio, quien me la cantó derecha, me guió sin ayudas químicas, me ayudó a quebrar la imagen que me había hecho de mi misma... y nunca acabaré de agradecérselo.

Han pasado ya años desde esos procesos. El camino ha sido largo, pero ahora veo claro. O por lo menos más claro que en mis veintes y mis primeros treintas. Insisto, perdí mucho tiempo y muchos afectos, pero hoy puedo disfrutar las grandes y pequeñas alegrías, y enfrentar las penas en su justa medida. Ni de más, ni de menos. Y ya no me siento nada especial, sólo feliz y agradecida.
Tic, tac, tic, tac. El tiempo corre. No estoy dispuesta a perder ni un minuto más.

"Que todos podamos ser felices y dejar de sufrir"

2 comentarios:

Ale dijo...

;) .... a darle pa´delante,, como nos toque,,, lo que nos toca hoy,, forma la persona de mañana,,, besotes y mucha luz ...

Kishiria dijo...

me conmovió tu relato, es cierto, muchas veces es más facil sufrir que tratar de ser feliz

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