
Volvamos a los productos. Los envases de las lociones eran simpatiquísimos (sillitas, botas, jarrones griegos, libros...) pero los contenidos eran discutibles. Los jabones eran los grandes favoritos para regalar y los productos para niños eran un exitaso entre mis amiguitos. Recuerdo que alguna vez mi amá logró que le regalaran una caja com-ple-ti-ta de shampoos con envase de Pluto (el de Disney) para repartir entre mis compañeros de la clase de catecismo. Cada año, el sábado más cercano al Día del Niño la empresa patrocinaba una gran fiesta en sus instalaciones de Ave. Universidad y Miguel Ángel de Quevedo, para celebrar a los chamacos de los trabajadores. Siempre invitábamos a alguna amiguita mía y mientras andábamos de puesto en puesto (hot dogs, palomitas, chescos...) y de juego en juego, mi mamá trabajaba un rato en su oficina. Al salir, a cada chiquilín le daban una bolsota de productos. ¡La gloria!
Esporádicamente mi madre tenía que trabajar el sábado por la mañana. Me encantaba acompañarla porque me sentaba en un escritorio desocupado y me ponía a ayudarle en alguna labor adecuada a mi edad. Sin faxes ni e-mail, había mucha, mucha correspondencia que doblar, ensobretar y rotular. Mi máximo era ir a la máquina de café y comprar tanto para mi amá como para mí (nadie se escandalizaba al ver a una niña de 9 años tomando café con crema). Todos sus compañeros me trataban de maravilla y las políticas de la empresa eran lo suficientemente flexibles (o inexistentes) como para tolerar mi presencia sin más permiso que el del jefe en turno de mi mamá.
Mis primeros maquillajes fueron de Avon. Labiales, delineadores, esmaltes. Sombra aquí y sombra allá. Aprovechamos el descuento para empleados al máximo durante años. Y no, ni mi amá ni yo nos lanzamos a vender los productos, las ventas nunca se nos dieron. ¡Pero qué tal las compras!
Conocí la planta de lado a lado. Alguna vez hice una solicitud de trabajo pero no logré el puesto deseado (nop, ni con las influencias). Aún recuerdo el olor mezclado de mil perfumes que permeaba todo el ambiente... ¡llegaba hasta las escaleras de la estación del Metro!
Luego vino la edad de jubilación. Aunque tuvo una jubilación adelantada, mi mamá ya estaba cansadita del trabajo y se retiró con honores. Siguió en contacto con algunos compañeros hasta su muerte y aún conservo los lazos humanos y emocionales con la empresa.
Los tiempos cambian y las organizaciones también. Avon creció y creció, abrió plantas en otros estados de la república y las oficinas centrales se mudaron a varios sitios. Ignoro dónde estén ahora. Hace un par de años pasé frente a lo que solía ser el edificio central, sobre Universidad... y me paralicé al verlo en proceso de demolición, sin vidrios y lleno de grafiti. Se me salieron las lágrimas.
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Un gran espacio en blanco... |
Con cariño para todos los trabajadores presentes, antiguos y futuros de Avon Cosmetics, S.A. de C.V.