Casa del Alfeñique a la izquierda, encantador hotel a la derecha |
Belleza barroca desatada |
Templo de Santo Domingo |
En fin, abordé el tour más tarde de lo que quería, y a pesar de tomar las precauciones del caso (sombrero, lentes oscuros y bloqueador solar SPF 850,000) el viaje en la parte descubierta del autobús fue cruento, sobre todo por el tiempo que tomó salir del primer cuadro de la ciudad, a causa del tráfico. Disfruté mucho el paseo, pero a poco más de la mitad tuve que darme por vencida y a punto de la insolación bajé a la parte cubierta y fresca del bus. Ya sólo subí para tomar fotos como esta:
Iglesias que parecen pastelitos (dicho sea con admiración y respeto) |
El paseo me permitió identificar lugares a los cuales regresar a pie, como la mini-cantina (una barra y tres bancos de alambrón) La Pasita, productores, expendedores y encandiladores de sus propios licores. Claro que tomé una copita del tremendo licor de pasita, y no, no compré una botella porque todavía iba a caminar bastante y no quería cargar (tampoco quería poner en peligro mi hígado a punta de alcohol y azúcar).
El local es un verdadero museo, con multitud de miniaturas y cosas curiosas por todas partes |
También visité la Plazuela de los Sapos, donde hay un mercado de antigüedades. Mi cartera salió incólume del trance, muy a mi pesar. Pero la onda era pasear, conocer y degustar el sabor de Puebla, más que hacer shopping.
Triques tentadores por doquier |
Por fin llegué a un restaurante ampliamente recomendado por un amigo, el Mesón de la Sacristía. Encantador lugar y magnífica comida, y un alto muy necesario para recargar fuerzas. Después seguí con el paseo, pero el sol-jaguar de este México acabó por vencerme y llegué al hotel desfallecida. La temperatura no era tan alta (unos 27°, tal vez 30° máximo), pero la potencia de la luz del sol, aunada al reflejo en las aceras y las construcciones hace que un paseo a las 4 pm se convierta en un martirio.
Cuando mi esposo llegó más tarde al hotel, me dijo "¡vamos a cenar al Zócalo!", así que ahí va doña Özer otra vez a la calle, muerta pero contenta. Ese paseo fue mucho más fresco, pues ya había caído casi por completo el sol y la noche era agradablemente fresca. En fin, otro gran día en Puebla. Otro gran gozo en el corazón.
Y el domingo, de vuelta al D.F., bajo la mirada adusta de los volcanes. ¡Ah, qué cerca se ven desde la carretera! Hermosos, tremendos y serenos, salvo por el penacho humeante del Popo, cuyas laderas están casi totalmente cubiertas de ceniza. Cuídenos, señores del fuego y la nieve, sigan humeando y viviendo en esa frontera entre dos valles, que aquí los chilangos, los mexiquenses y los poblanos seguimos en nuestros esfuerzos por hacer vivibles y hermosas nuestras ciudades. Puebla va bien, quiero que mi D.F. también se ponga más bello.
¡Gracias por a todos por seguirme en estas discretas aventuras!
1 comentario:
que shulaaaa es pueblaaaa!!1 como tu la cuentas!!!! :) ora si e stoy en miii cuenta!!.. :) que shulada andar entre mercaditos,, rompopes y triques!! jajaja y apenas te iba a preguntar por las cruentas temperaturas de puebla!!! :D bstssss!!!!
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