
Y ya lo saben: la idea de la mujer que teje y desteje su labor durante veinte años ha trascendido como modelo de fidelidad conyugal hasta la fecha.
Pero yo tengo otra teoría:
Para mí que Penélope era adicta al tejido, y como las fibras eran escasas, pues a destejer a labor para no quedarse sin su fix diario de estambre. Digo, no creo que la vida en Ítaca fuera muy emocionante, pero tampoco era cosa de andar de locota con los pretensos mientras el marido estaba fuera...
Como ya lo comenté en un post anterior, me he vuelto aficionada al tejido. Adicta, más bien. Parece que la labor mecánica y repetitiva de mover las agujas una y otra vez, aunada a la satisfacción creativa de ver una bola de estambre transformarse en una prenda, resulta sumamente benéfica para el cerebro. Por lo menos eso es lo que concluyo al ver la cantidad tan enorme de aficionada(o)s al tejido a nivel mundial. Créanme, somos, como se dice en chino, un xingo.
¿Puras abuelitas que tejen chambritas para sus nietos? Hmmm, no exactamente. Hay abuelitas, abuelitos, mujeres ejecutivas y amas de casa, hombres barbados y bien rasurados, jóvenes universitario(a)s, científico(a)s... Sobre todo, y lo que más me sorprende, hay un montón de mujeres jóvenes de todas las nacionalidades imaginables, súper modernas, que lucen melenas azules y rosas, tatuajes, botas de nunca-me-verás-descalza... y que tejen como diosas.
¿Puras bufandas y suetercitos? Nop. Nomás chequen esto:

Y todo se reduce a una fibra cardada, un par de agujas o un gancho y muchas ganas.
(Con cariño para la comunidad de Ravelry y anexas, quienes me han recibido con tanta calidez)