Más aventuras por las mesas de la ciudad (mmhhh, ¿sonó raro?).
Hace poco fui a celebrar el fin de año con una queridísima amiga, y aunque el plan era nada más tomar una copita al terminar la tarde, resultó que el bar elegido estaba cerrado y acabamos en el restaurante Cluny, mi favorito de siempre (visiten su página por acá, para que vean las fotos). De hecho, muero de ganas de visitar su bar, que está justo frente al restaurante y es un lugar mínimo y encantador, pero ya será en otra ocasión.
El Cluny y yo ya tenemos historia. Mi mamá me llevó a comer ahí en algún cumpleaños de mi temprana adolescencia, pues a su vez ella había celebrado antes un acontecimiento de la oficina con sus compañeros en ese restaurante. Ohh, revelación. Un local íntimo, casi con un ambiente subterráneo y una decoración que remonta a la belle epoque parisina. ¡Y sigue igualito, incluso aún mejor! Han ampliado las áreas y hay una sección del comedor que da a la calle, la cual nunca he visitado... pues no importa con quien vaya, siempre escogemos por unanimidad el salón tradicional de techos bajos y luces suaves.
La cocina es estupenda, con énfasis en las crepas saladas y dulces, pero con otras deleitables opciones, incluyendo una barra de ensaladas sensacional. He probado bastantes platillos de su carta, pero invariablemente regreso a los Blinis Perestroika: pequeñas crepas al estilo ruso, con bastante salmón ahumado, crema aderezada con hierbas y una muy decente porción de caviar. Esos blinis hacen honor a su nombre, pues están en la carta del Cluny... ¡desde el triunfo de la Perestroika! (hagan cuentas, no, mejor no).
En contraste con otros lugares de su categoría, en el Cluny no tienen empacho en ofrecer casi todos los vinos de su cava por copeo, a precios realmente justos (considerando la economía actual). Suelen tener vinos de temporada, como el mítico Beujolais Noveau (confieso que no lo he probado), pero en esta ocasión tomé un par de copas de un blanco espumoso de origen francés, elegante y rotundo, prácticamente una champaña aunque no tenía esa denominación, a $50 pesos la copa. Y sí, servido en copa aflautada, como Möet Chandon manda. Apenas una semana antes, en otro restaurante de la zona a mi esposo le asestaron un trancazo de $120 por una copa de blanco italiano basante regular... ¡proveniente de una botella con tapón de rosca! (Sí, soy medio snob en cuanto a mis bebidas, he he).
Los postres son súper pecaminosos y tentadores, cómo no. Pero dejamos los pasteles, ¡las crepas! y los mousses por esta vez y sólo tomamos sendas bolas de helado de chocolate, acompañadas de pastitas de la casa. Dulce cierre para nuestra anímadísima plática.
En suma, el Cluny es MI lugar desde hace muuuchos años, cuando mi amá era la que pedía la cuenta. Debo mi afición al buen comer y al buen beber a una madre y una abuela que, bajita la mano, se daban sus lujos y sabían disfrutar de la vida, aún con un presupuesto limitadísimo y sin empeñar la camisa. Gracias, amores míos. Y enhorabuena por los empresarios que mantienen con vida y vigor estos lugares, desde la mesa 5 levanto mi copa a la salud de todos.
2 comentarios:
¡Qué delicia! A mi me queda muy cerca de mi casa y hago un verdadero esfuerzo de contención para no ir con frecuencia, que terminaré igualita a la bola de helado que fotografiaste ;)
Feliz año!
Gaaa!!! Me has dado aún más motivos para visitar aquellos rumbos, tendré que programarlo con Mr.H
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