junio 23, 2009

Deep Blue Fear

No sé nadar. Nunca aprendí. De niña no solía frecuentar albercas y ya de adolescente nunca me interesó aprender a nadar. De adulta he disfrutado las albercas, el sol, la piñita colada y todos los etcéteras, pero así como nadar nadar, la verdad me da miedo. Lo paradójico del caso es que me casé con un tritón que disfruta enormemente del agua, ya sea en el mar o la piscina, y quien desde que nos conocimos estuvo dale y dale conque yo aprendiera a nadar. Claro, como para él siempre fue algo instintivo... de hecho mi amado esposo dice que ni siquiera se acuerda cómo aprendió a nadar, seguramente sus padres (Mr. Tritón y Mrs. Sirena) simplemente lo metieron al agua y el chiquilín empezó a flotar con toda naturalidad.

Mi historia es muy diferente. Para mí el agua no me es natural. Sentir que pierdo el piso, que me volteo, que me entra agua por boca, nariz, oídos... todo me resulta aterrador. Y, al mismo tiempo, envidio profundamente a la gente (empezando por mi familia) que se lanza al agua sin pensar, tan sólo disfrutando la libertad de “volar” en ella.
Y entonces llegué a un gimnasio que tiene una linda, clara, tibia alberca semiolímpica con profundidad máxima de 1.55 m. ¿Genial, no? No. La neta, yo soy capaz de ahogarme en 1 m de agua si me agarran descuidada.

Ya saben para dónde voy. Estoy tomando clases de natación. Mi adorado tormento tuvo a bien regalarme de cumpleaños tantas clases como sean necesarias para que aprenda a nadar. Esto ha resultado un tour de force, un psicoanálisis acuático, un viaje al centro del miedo. Resulta que lo mío no es un miedito común, ah no, es toda una fobia a la piscina. Hay clases en que no logro despegarme de la mano de mi increíblemente paciente instructor, en otras puedo hacerlo pero trato de llegar a un punto de apoyo con enorme desesperación. Tablas y cilindros para flotar, ejercicios de brazadas caminando, flotar de muertito (muertita de miedo) sostenida por el instructor. “Lánzate, como si volaras, yo te ayudo a salir” me dice él. Nel, dice mi subconsciente. Y así lo repetimos una y otra vez, algunos días se puede, otros no. Ya hago bucitos, eso sí.
Desde la primera clase el instructor se dio cuenta de que yo era un caso difícil, incluso estuvimos analizando si había yo tenido alguna mala experiencia con el agua. Que yo recuerde, sólo una vez, en el mar, cuando andaba con unos amigos y a todos nos revolcó una ola inmensa, aunque estábamos cerca de la playa, con los pies firmes en la arena. Nos costó mucho, mucho trabajo salir del agua. ¿Sería eso, o es algo más profundo? Debe ser algo anterior, porque aún antes de ese incidente el miedo ya estaba ahí.

“Lánzate, lánzate” Una y otra vez. A veces mi mente se lanza y mi cuerpo se resiste, paralizado por el miedo. A veces se lanzan los dos. A veces (ahora) veo la alberca aunque esté en tierra y me digo lánzate, lánzate.
(Con enorme agradecimiento a todos los que me apoyan en este reto, uno de los más grandes de mi vida. No shit.)

junio 17, 2009

Lost in Translation 5 - Realmente perdidos

Cuando empecé a trabajar en esto de las traducciones me sorprendió constatar la cantidad de gente que se necesita para que un texto llegue a nuestras manos en nuestro idioma, habiendo sido escrito en cualquier otra lengua. Por ejemplo, alguien escribe el texto original, alguien le da formato, alguien lo imprime en el empaque de un producto, alguien vende el producto a un país o mercado con diferente idioma... alguien (¡por fin!) se da cuenta de que los nuevos consumidores no entienden el idioma original, alguien contrata a un traductor (por lo general al cuarto para el ratito) para que traduzca ra-pi-di-to el texto, alguien (idealmente) revisa la traducción... y vuelve a hacerse el ciclo de impresión.
La cadena de trabajo es a veces muy larga, pero a veces es trágicamente corta.

Es común el cliente que no habla ni lee el idioma al cual necesita traducir su texto y que no cuenta con nadie que lo revise (o no quiere pagar el servicio), así que la orden para el traductor es "tu traducción es final". Eso quiere decir que el traductor tiene la responsabilidad de que el texto sea perfecto. Así, per-fec-to, aunque el texto en el idioma original no lo sea. Y qué decir de los impresores, esos se cuecen aparte. Lo que les entregas lo imprimen tal cual, a fin de cuentas, ese es su trabajo... y nada más.

Me imagino que un caso de cadena de trabajo trágicamente corta, combinada con la indisposición del traductor y un cliente ansioso por sacar a la venta su producto llevó a este épico, costoso y descorazonador error:


¿Muy apurados para imprimir el empaque? Aquí están las consecuencias, tanto en el nombre del producto como en la descripción en letras más pequeñas. Spanish Nowhere!

Ahora, si hubo por ahí un hispanohablante que casualmente vio la barrabasada antes de la impresión y no dijo nada... qué mala leche, me cae.

junio 09, 2009

I want a new drug

And I found it! O como quien dice, ya la encontré. No es el Vicodin de nuestro amigo el Doc House, ni las cosas letales que se encuentran en la calle en estos días. Noooo. Es colorida, económica y pachoncita. Me gusta llamarla "endorfina de colores", por sus efectos en mi neuroticona personalidad.

Y eeeesss: ¡El estambre! Más bien, el tejido. Con agujas, para más señas.
Desde hace varios años me moría de ganas de hacer alguna labor manual, pero después de frustrados intentos con la pintura en vidrio y la costura dejé la cosa por la paz. Entonces empecé a leer (y escribir) blogs. Gracias al blog de So y después de algunos saltos blogueriles dí con el blog de Paula y voilá! estoy tejiendo otra vez, después de años (añísimos) de no tocar un gancho ni unas agujas.
La combinación Internet-Blog-Tejido suena forzada pero ha resultado un exitazo. Las tejedoras se comunican por correo electrónico, bajan modelos de Internet y publican sus obras en sus blogs. Algo tan antiguo como el tejido (versión portátil del telar) se encuentra muy a gusto en el ciberespacio. Con la ventaja adicional que las tejedoras bloggers son además mujeres creativas y divertidas, a quienes da gusto leer.
Y a mí me pasa algo chistosísimo: el simple hecho de pensar en tejer me pone de buen humor. De muuuy buen humor. Buscar patrones, pensar en estambres, idear modelitos... todo me hace sentir relajada y eufórica. Como aquella vez en que me anestesiaron el labio superior para un tratamiento con láser y después del procedimiento quedé alegremente dopada toda la tarde. O como cuando me tatuaron la muñeca. Endorfinas recorriendo todo mi cerebrito y haciendo que la vida se vea color de rosa.
Mis logros hasta ahora son una bufanda (siempre se empieza por una bufanda), un morralito y ahora estoy tejiedo un shrug (especie de bolero -no chavos, no de los que dan bola al calzado-). Mi obsesión es tal que el shrug lo tejo en casa por ser más grande, y tengo otro tejido más pequeño en proceso para traerlo conmigo y seguir tejiendo en cualquier rato de espera. Sólo tengo que cuidarme de no picarle el ojo a nadie con las agujas.
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