mayo 30, 2010

The End

El miércoles 26 de mayo desperté sintiéndome extraña y esa sensación me duró buena parte del día. Nada era como ayer. Yo no era como era antes. Lost había terminado la noche anterior.

El Final fue un kilométrico episodio de más de dos horas, groseramente plagado de comerciales, pero al que no le quité la vista de encima en todo el trayecto. En los días anteriores me cuidé de no ver sitios web ni leer publicaciones que me dieran pistas sobre lo que pasaría en dicho capítulo, ya que éste había sido transmitido el domingo 23 en Estados Unidos y ya era visible en Internet en diversos países. Las opiniones están divididas: a algunos nos gustó mucho el final, otros (bastantes) fans lo encontraron despreciable. Para mí, fue en un nivel un cierre circular a la historia de algunos de los protagonistas y la apertura de nuevas aventuras para otros más. Y en otro nivel, la liberación de sus (nuestras) mentes atormentadas, que bien puede llevarse a cabo en el más allá o en el más acá, pero siempre de manera voluntaria. Sin salvadores, sólo con consciencia.
 Me parece muy interesante la reacción de aquellos que se sintieron “robados”, “defraudado” o “engañados” por un final de tintes francamente espirituales, y si se quiere ver así, hasta cursi. En algunos foros leí airadas quejas de gente que: a) encontró que las escenas finales fueron innecesariamente sentimentales, b) les disgustó la carga espiritual de la conclusión, c) se sintieron frustrados por no obtener respuesta a todas las preguntas, y/o d) consideraron que todo, todo lo que habían visto de la historia durante años dejó de tener sentido al final. Encuentro sorprendente que esas mismas personas hayan seguido un programa durante seis años sin ver que: a) la historia era profundamente sentimental, b) el elemento espiritual estaba ahí desde las primeras escenas, c) muchas de las respuestas están ahí, en nuestras narices –y es sano quedarse con algunas preguntas-, y d) en una serie que dio saltos narrativos hacia el pasado, hacia el futuro y hacia realidades paralelas TODO tiene sentido.

La magia de esta serie, pienso yo, es que los productores y escritores partieron de la base de que los televidentes son un público maduro, capaz de disfrutar y darle su propio sentido a una montaña rusa llena de héroes atormentados, villanos con sus propias razones, sucesos inexplicables y ciencia al por mayor, aderezada con candentes romances y uno que otro oso polar. Como la describió una amiga mía, Lost es una fumadota, pero quizá es una fumadota con fines artísticos. O de simple entretenimiento. LSD televisivo sin efectos colaterales. En todo caso, agradezco a los “creadores” (nunca mejor usado el término) el hecho de que me hayan dado material para pensar y jugar, para recordar mis lecturas de ciencia dura y ciencia-ficción de la adolescencia, para revisitar aunque fuera en Wikipedia a los filósofos que les prestaron sus nombres a algunos personajes (Rosseau, Locke, Hume) y para descubrir tesoritos escondidos, como las referencias budistas que ya he comentado antes. Y, renglón aparte, les debo el haber descubierto a Michael "creepy-on-cue" Emerson, un actorazo al que necesito seguirle la pista de hoy en adelante.

Si en algo tuvieron éxito las mentes maestras detrás de Lost, fue en que se seguirá hablando de la serie durante mucho, mucho tiempo. Ya estoy haciendo planes para ir adquiriendo cada una de las temporadas y ver capítulo a capítulo, tal vez a lo largo de unos años. La cantidad de información generada a partir de la serie es impresionante, baste dar una vuelta por el ciberespacio... o las librerías. Acabo de devorarme un libro llamado “Lost, La Filosofía”, de Simone Regazzoni. Librito de apariencia light, ya que lo encontré en Vips, pero que resulta ser un catálogo de las cuestiones filosóficas que de manera tangencial se abordan en la serie. En verdad no sé si esa era la meta que se fijaron J. J. Abrams, Damon Lindelof y Carlton Cuse, partners in crime tras esta enorme y divertida broma, pero lo lograron: dejar callados, pensativos y cambiados a decenas de millones de televidentes tras los créditos finales de un programa de televisión no es poca cosa.

Con cariño para Lanezi y Paula, quienes me recordaron que tenía que escribir sobre el final de Lost

mayo 25, 2010

Cal y arena

Estamos haciendo obras de mantenimiento en casa. Bueno, “estamos” es mucha gente: nuestro maestro albañil y todólogo de confianza las está haciendo, la labor de la familia es administrar el presupuesto y cuidarse de no pisar el cemento fresco.
Noble labor la de los albañiles. A punta de mazo y cuchara hacen de un montón de piedras una pared sólida, por decir algo. Noble y duradera labor. Volteen a su alrededor, seguramente están leyendo esto bajo un techo, con paredes protectoras y quizá alguna ventana. Alguien hizo todo esto, alguien (todo un equipo) a quien no conocimos pero de quien disfrutamos su trabajo. Conozco gente que es buenísima para la auto-construcción y el mantenimiento doméstico (una amiga mía instaló su cocina integral com-ple-ti-ta), pero la mayoría dependemos de anónimos trabajadores para poder vivir cómodamente.
Hacía ya un buen tiempo que no veía de cerca estos procesos: cómo el agua y el cemento se convierten en materia dura que sostendrá mis pasos. Y la magia de las matemáticas que, bien aplicadas, reparan desniveles y ángulos antiestéticos. Tal como en el antiguo Egipto o en la Mesoamérica prehispánica: un nivel, una cuerda, mucho trabajo... y surge una obra que, aunque es pequeña, espero que dure muchos, muchos, muchos años más que yo.

Foto: Hacienda de San Antonio el Puente, Morelos. Construida hacia 1850.

mayo 18, 2010

Cuentos de terror

Suelo tomar un autobús cuando voy al D.F. Desde hace años los vehículos cuentan con pantallas de TV en las que se proyectan películas, las cuales van desde churros gringos hasta exitazos de taquilla. Por lo general voy leyendo o tejiendo, pero a veces me llama la atención la peli. En mi último viaje me tocó ver Coraline y la Puerta Secreta. Y no, no me gustó nadita. Adelante, ya oigo los reclamos de los incondicionales de la animación y el stop motion, pero aclaro que, técnicamente, la película es impecable. Mi problema es la historia: Por lo que entendí entre que me enchinaba la pestaña y organizaba mi itinerario para día, se trata de una niña cuyos padres no le hacen mucho caso, ocupados como están en sus grises vidas, y la chica encuentra un acceso a un mundo paralelo donde una pareja de padres con ojos de botón cumplen con todos sus sueños y caprichos. Claro, después resulta que la mamá sustituta es una terrible bruja con un plan maldito para, literalmente, chuparle la vida a la niña... pero nuestra pequeña heroína acabará con la bruja (sorry por el spoiler), redimirá a unos pequeños fantasmas y salvará a sus padres.

No me gustó el hecho de que la historia perpetúa las ideas de: a) los niños como seres brillantes e incomprendidos, b) los adultos como seres indolentes o francamente estúpidos, b) la buena vida como una tentación que lleva al infierno, c) los niños como salvadores de sus padres quienes, además, ni siquiera se dan cuenta de que fueron salvados. Y todo esto aderezado con una última media hora llena de imágenes de excelente factura pero sinceramente macabras.
Desde las leyendas de la Europa medieval y hasta Walt Disney, pasando por los hermanitos Grimm, se ha mantenido la idea de que hay que asustar a los niños con cosas terribles para que entiendan que su vida no es tan mala como creen, y que tienen que portarse bien para evitar la tortura, la mutilación, el asesinato de sus seres queridos o su propia muerte horrenda y prematura. Hay toda una industria de “entretenimiento” alrededor de esta premisa. Tal vez estoy exagerando, pero en verdad me alteró la tal Coraline y su mundo de padres obtusos y brujas-araña duras de matar. Y sí, creo que tengo que estar mal en mi apreciación, porque varias personas me habían recomendado la película como una obra pre-cio-sa. Lo cierto es que me dejó con los nervios de punta por el resto del día.

Memo para mí: no olvidar los audífonos al viajar en autobús foráneo, siquiera para cerrar los ojos e ir oyendo musiquita.

mayo 12, 2010

¡Mira nomás qué fachas!

Confieso que soy fachosa de corazón. La ropa aguada y los zapatos bajos son mi constante durante la semana. Después de años de usar traje sastre, medias y tacones, el trabajar en casa sin jefes ni compañeros de oficina es un gran descanso pero también un arma de dos filos: puedo andar muy cómoda, pero también la comodidad degenera en franco descuido. Camino en la cuerda floja, pero hago un esfuerzo y hasta de uso algo de maquillaje. Y evito trabajar en pants o pijama, ni lo mande Dior.

He estado viendo algunas entrevistas a Tim Gunn, conocido por arrear con sumo caché a los diseñadores novatos del programa Project Runway. Él no es diseñador, sino maestro de arte, consultor de diseño y actual director creativo de Liz Claiborne Inc. Además, es la elegancia andando, incluso para hablar. En un par de entretenidos videos (ver abajo) el caballero analiza los trajes de los superhéroes de los cómics, tanto por el lado estético como por su semiótica, es decir, lo que dice la ropa del héroe. Y esto va para todos los mortales. Todos tratamos de comunicar algo con nuestra ropa, sea consciente o inconscientemente.
Recuerdo una boda a la que asistí cuando era adolescente. Una invitada llegó con sus jeans de batalla y con el cabello mojado. Buen look para llevar a los niños a la escuela, pero no para una ceremonia. Peor aún, con la simple ropa parecía decir “miren, tuve que dejar de hacer algo en casa para venir acá”. Recuerdo a la novia diciéndole entristecida a mi madre: “Parece que mi amiga no quería venir”. Digo, con un vestido sencillo, unos zapatos decentes y una secadora de pelo la invitada habría salido airosa del paso y los novios habrían agradecido el esfuerzo. Pero la facha ganó.

De acuerdo, NO abogo por usar tacones de 12 cm para ir por las tortillas, pero caray, por lo menos no ir en pijama (juro que lo he visto). Entiendo que todos tenemos vidas cada vez más complicadas, pero quizá retomar la costumbre de vestirse (simplemente cambiarse la camiseta o ponerse lápiz labial, por ejemplo) para salir a la calle nos ayude a hacer una pausa y valorar esos momentos. Y en estos tiempos, hacer una pausa es valioso en sí. Si me invitan a salir, hasta prometo que me peino.

Pongo la segunda parte del video porque aparecen superhéroes más conocidos (por lo menos para mí, je je). Es largo, pero creo que vale la pena, lástima que no haya una versión subtitulada.  (Arrghh, no logro que se vea completa la pantalla)

mayo 07, 2010

Dead (wo)man walking - 2

Reciclaje Extremo
En el post anterior olvidé poner una nota importante: considerando a toda la gente que, como mi amiga, está en espera de un riñón para transplante, no seamos díscolos y pensemos en la donación de órganos. Y no nada más lo pensemos, si así lo decidimos, hay que acercarse a las instituciones locales que se encarguen de organizar a los donantes y a los receptores. Pero, sobre todo, hay que hablarlo con la gente que nos rodea.
Digo, de que los gusanitos disfruten mi hígado, mejor que lo disfrute un ser humano para vivir más y mejor. Los gusanitos se encargarán de conseguir su almuerzo por otro lado.
Por lo pronto, yo ya le he dejado instrucciones a toda mi familia (y a quien me escuche) de que a mi muerte se aproveche todo lo aprovechable de mi cuerpecito para donarlo. Y me comprometo a dejar mis órganos en el mejor estado posible para el siguiente usuario.

Tarjeta de Donador, del Centro Nacional de Transplantes de la Secretaría de Salud

mayo 05, 2010

Dead (wo)man walking

Una amiga mía está condenada a muerte. Tiene insuficiencia renal crónica, los riñones no le sirven para nada y los médicos le dan uno o dos años de vida. O por lo menos eso le dijeron hace como 17 años. Contra todo pronóstico ahí está, corre y corre, risa y risa, viviendo a punta de diálisis pero viviendo bien. Hablamos por teléfono pero nos vemos poco, así que hace unos días que me la encontré en una tienda realmente me dio gusto verla tan sonriente como siempre. Vamos, me dio gusto simplemente verla. Intentos de transplante que no hay funcionado, estancias prolongadas en el hospital, procedimientos médicos diversos. Y el terrible tema del dinero y los servicios de salud pública, ninguno de los cuales son suficientes para tratarla. La muerte camina a su lado, pero ya son viejas conocidas. Mi amiga le pinta un cuatro y la muerte espera... todavía no es su turno.

Cuando empecé a asistir al gimnasio coincidía en el horario con una gordita cincuentona que también acababa de inscribirse. A veces la veía subir trabajosamente las escaleras hacia el área de las caminadoras, y yo secretamente pedía que no se fuera a subir al aparato que quedaba libre a mi lado, no fuera que se desmayara a la primera centena de metros recorridos. ¡Qué va!, yo corría (corro) más riesgo que ella de colapsarme con el ejercicio. Con sus cincuenta años y una obesidad altamente peligrosa tomó muy en serio las rutinas y la dieta, se inscribió en cuanta carrera, caminata, competencia de nado o reto combinado se le presentó y ha bajado la friolera de 26 kilos. Cabe decir que la mujer tiene cálculos en el riñón y un asma galopante que la llevan al hospital cada dos meses, pero ahí está, bajando de peso y haciendo músculo a un ritmo envidiable. Y como ya somos cuatitas, nos echamos porras en nuestros esfuerzos.

La resistencia y la resilencia definitivamente no son conceptos nuevos. Mi abue pasó su niñez y juventud en una hacienda cercana a San Juan del Río, Querétaro. Me platicaba que en ese pueblo vivió una señora muy rica, viuda y anciana, que no tenía herederos para dejarles su fortuna. El paletero del pueblo, muchacho simpaticón pero con pocos escrúpulos y mucha ambición, se fijó el objetivo de conquistar a la viejita, casarse con ella y heredar los bienes en lo que consideraba sería muy poco tiempo. Y así lo hizo: conquista, romance, casorio... y muchas muchas paletas de hielo para la viejita, según esto para que le diera una pulmonía fulminante. La señora hasta le puso una nevería al fulano... y nada que se moría. Pero el paletero sufrió un accidente de tránsito, fue arrollado por algún primitivo camión y murió al instante. La viejita, viuda otra vez, se quedó con su fortuna intacta, con la nevería... y hasta con el carrito de las paletas.

Así que cuidado con esos condenados a muerte, que nos pueden enterrar a muchos.
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