enero 26, 2014

¡Aplaquen a sus chamacos!

Todos hemos visto (sufrido) la escena: está uno tratando de comer y departir tranquilamente en algún restaurante y aparece algún niño, niña o conjunto de estos corriendo por los pasillos, trepándose a las sillas y armando su desmadrito... y ninguno de sus progenitores está a la vista. Los meseros hacen (a veces) lo que pueden por contenerlos, pero nunca tienen éxito, sobre todo porque (supongo) no pueden agarrar de un brazo a los pequeños diablillos y llevarlos a rastras hasta donde están sus padres, so pena de ser acusados de abuso. Así que los comensales seguirán sufriendo hasta que la bendita familia tenga a bien retirarse del lugar. O hasta que un chamaco se descalabre o se entierre un tenedor.

Justo hoy, en este dominguito relajado antes de la tormenta, mi media toronja y yo acudimos a popular restaurante italiano de cadena y en la sección donde nos queríamos sentar estaba la ubicua familia con los ubicuos chilpayates latosos, dos niñas en este caso, una como de 3 años y otra como de 6.
La hostess y el mesero tuvieron que ahuyentarlas del gabinete donde nos queríamos sentar y limpiar los asientos que habían sido hollados por sus patitas, antes de que pudiéramos ocuparlos. Las niñas procedieron a irse a otro cubículo a seguir con sus juegos y griteríos. Me costó trabajo identificar a los papás de las niñas, pues ni siquiera pestañearon cuando las niñas se alejaron notoramiente de su mesa. Eran una pareja joven pero no mozuelos, con una amiga más.
La niña más pequeña empezó a emitir agudos gritos sin motivo, y fue hasta entonces que el papá se levantó a ver qué pasaba, cosechando miradas reprobatorias de los parroquianos y uno que otro amplio gesto de "qué onda con ustedes" (ese fue de mi parte).

Y así transcurrió la comida, entre niñas saltando de asiento en asiento (afortunadamente se fueron ocupando los cercanos a nosotros) y papá levantándose a darle de comer en la boquita (gritona) a la más pequeña... en lugar de agarrarla, sentarla sobre sus rodillas y calmarla para que dejara de dar lata. Alguna vez se levantó también la mamá a intentar atraer a las pequeñas bestezuelas, pero eran tan tibios sus esfuerzos y tan patético su gesto de "no se realmente lo que estoy haciendo", que el asunto no se resolvió sino hasta que llegó la cuenta y desocuparon la mesa. Oh, cuánta felicidad nos trajo su partida...

No estoy descubriendo el hilo negro al decir esto: la libertad de los niños tiene su lugar, pero no es en zonas públicas donde pueden ejercerla. La niña más grande del relato en algún momento acabó montada a horcajadas sobre los respaldos de dos gabinetes, imposible que la amiga de la pareja no la viera (dado su ángulo de visión, el mismo que yo tenía) y no les dijo na-da a los papás. Tampoco es muy inteligente eso de permitir que tus hijas jueguen literalmente a tus espaldas y fuera de tu vista en un lugar público... pues sospecho que si esta familia se comporta así en un restaurante deben hacerlo también en otros lugares... y, señores, EL MUNDO ES PELIGROSO, especialmente para los niños que carecen de límites.

¿Represión? Sí y mil veces sí. A un niño se le tiene que reprimir para que aprenda a tener límites y a respetar a sus semejantes. No les va a pasar nada malo si se les enseña a sentarse a la mesa y entretenerse con un cuentito para colorear mientras los adultos platican. Y, queridos (es un decir) papás de niños inquietos: si no los pueden controlar... ¡no salgan de casa! Su derecho a comer en restaurantes acaba donde empieza mi derecho a comer TRANQUILA en ese mismo lugar.

Y ahora, para completar la ya de por sí dañina influencia de los restaurantes con área de juegos (que son una de las mejores maneras de que los chiquillos aprendan a NO poder estarse quietos antes-durante-y-después de malcomer), ahora hay una sala de cine con área de juegos incluida. Porque sentarse a ver una peli es muuuuy aburrido... Insisto, si el niño, niña o similar no tiene la capacidad de ver sentatido una película... ¡todavía no es momento de llevarlo(a) al cine!

Acá la descripción. Y luego nos quejamos de la gente que no puede dejar de consultar su smartphone durante la película y que reacciona violentamente cuando la increpamos por ello...

Cultivando la falta de atención, con un combo de palomitas y refresco incluido




enero 19, 2014

"Del otro lado"

De repente oigo todavía esta expresión para referirse a los Estados Unidos. Del otro lado de la frontera, o la línea, como le dicen en las ciudades fronterizas de nuestro país. Hace unos meses los caminos de la vida me llevaron del otro lado, a San Antonio, Texas, en un viaje rapidito y ajetreado.

San Antonio resuena en los corazones de muchos mexicanos. Algunos, como yo, tenemos amigos y familiares por allá, otros van de compras cada año (toda una institución eso de ir de "shopping"), y muchos, realmente muchos, incluso nacieron por aquellos lugares. San Antonio es México y no lo es. Es Estados Unidos pero nos resulta más que cercano y tremendamente familiar. Somos nosotros, pero en inglés. Nuestra historia compartida se hace palpable ahí, y uno (bueno, yo al menos) se siente aturdido por los escenarios familiares, las palabras en español, la comida mexicana y la enorme cantidad de compatriotas que llena las calles, plazas y centros comerciales. Por gusto o por necesidad, México vive, prospera y se multiplica del otro lado.

Pueden ver la interesante historia de la ciudad acá, en Wikipedia. Y van las fotos:

El icónico Fuerte de El Álamo, antigua misión franciscana. Mucho más pequeño de lo que me imaginaba y está en pleno centro de la ciudad.
 
Jardines en el interior de El Álamo


El encantador Paseo del Río con infinidad de restaurantes... muchos de comida mexicana (muy buena, por cierto). Margaritas, anyone?


La Catedral en la Plaza central, con una ofrenda de Día de Muertos a la derecha
Muy bella arquitectura por todas partes, y los edificios están en general muy bien cuidados


Otro aspecto del Paseo del Río, el recorrido en las barcazas turísticas es delicioso, sobre todo de noche


La Plaza principal, frente a la Catedral
 
Ecos (más bien gritos) de México por todas partes

De este lado y del otro, los mejores deseos para todos.

enero 05, 2014

Aquí vamos de nuevo...

Poco a poco, la ciudad recupera su rutina tras las fiestas navideñas. El último festejo oficial de la temporada, la partida de la Rosca de Reyes, marca el fin del largo y pedregoso periodo celebratorio en México que va del 12 de diciembre (día de la virgen de Guadalupe y banderazo de salida de las fiestas) al 6 de enero (con sus regalitos para los niños y el ritual casi obligado de la rosca y su muñequito).
Una rebanadita nada más...
Aunque no sigo la mayoría de las tradiciones de la temporada, la comida no se me escapa. La comedera, más bien. Si algo celebramos en la casa es el cierre del año, y buena parte de la celebración gira en torno a ir a las tiendas gourmet (ay sí), vinaterías y supermercados y surtirnos de pequeñas delicias que nos saquen de la rutina durante estos días. Quesos, carnes frías, conservas, panes selectos y vinos de aquí y de allá... y claro, postres y chocolatitos. Nada de bacalao, romeritos o pavo; nos las arreglamos muy bien con lo que econtramos ya hecho o que requiere de mínima preparación. Parafraseando a una encantadora amiga mía, armamos un banquete en un abrir y cerrar de latas.

Pero eso sí, cuando el pantalón empieza a apretar y el cachetito se ve más redondo que lo habitual, hay que revisar la cartera y renovar la membresía del gimnasio. Nosotros y la mitad de la población urbana occidental nos hacemos el propósito de, ahora sí, ir por lo menos 4 días a la semana al gym y sudar esos turrones y esos bocadillos de queso brie tan solicitados durante las fiestas. Ah, y esas copas de vino y otros licores también hicieron lo suyo, así que a sacar los pants y a darle a la elíptica.

Un año y otro también, el mismo lavado de coco: ahora sí bajo de peso, ahora sí me voy a ejercitar en serio, ahora sí...
Lo trágico es que AHORA SÍ lo necesitamos. Sin demora. De hecho, para ayer.

Porque los "puentes" de Guadalupe-Reyes se van a seguir sucediendo uno tras otro, cada año sin parar. Pero cada año la cuesta se hace más empinada y la salud más frágil.

¿Alguien sabe dónde dejé los malditos tenis?
 
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