julio 28, 2009

Penélope, Inc.

Cito a Wikipedia: “Penélope es un personaje de la Odisea, esposa de Ulises, rey de Ítaca. Ella espera durante veinte años el retorno de su marido de la Guerra de Troya. Mientras su esposo está fuera, Penélope es pretendida por múltiples hombres. Para mantener su castidad ante la ausencia de su marido, les dice a los pretendientes que aceptará su desaparición, con la consecuente promesa de un nuevo enlace, cuando termine de tejer un sudario en el que estaba trabajando. Para mantener el mayor tiempo posible este tejido en elaboración, procura deshacer por la noche lo que creó durante el día, y de esta forma soporta la ausencia de Ulises.”
Y ya lo saben: la idea de la mujer que teje y desteje su labor durante veinte años ha trascendido como modelo de fidelidad conyugal hasta la fecha.
Pero yo tengo otra teoría:
Para mí que Penélope era adicta al tejido, y como las fibras eran escasas, pues a destejer a labor para no quedarse sin su fix diario de estambre. Digo, no creo que la vida en Ítaca fuera muy emocionante, pero tampoco era cosa de andar de locota con los pretensos mientras el marido estaba fuera...
Como ya lo comenté en un post anterior, me he vuelto aficionada al tejido. Adicta, más bien. Parece que la labor mecánica y repetitiva de mover las agujas una y otra vez, aunada a la satisfacción creativa de ver una bola de estambre transformarse en una prenda, resulta sumamente benéfica para el cerebro. Por lo menos eso es lo que concluyo al ver la cantidad tan enorme de aficionada(o)s al tejido a nivel mundial. Créanme, somos, como se dice en chino, un xingo.
¿Puras abuelitas que tejen chambritas para sus nietos? Hmmm, no exactamente. Hay abuelitas, abuelitos, mujeres ejecutivas y amas de casa, hombres barbados y bien rasurados, jóvenes universitario(a)s, científico(a)s... Sobre todo, y lo que más me sorprende, hay un montón de mujeres jóvenes de todas las nacionalidades imaginables, súper modernas, que lucen melenas azules y rosas, tatuajes, botas de nunca-me-verás-descalza... y que tejen como diosas.
¿Puras bufandas y suetercitos? Nop. Nomás chequen esto:

Sí, el simpaticón del Hellboy en derechos y reveses, obra de Aimee, alias FizzTheCarbonated. ¿Pasatiempo de abuelitas y tías solteronas? Don’t think so.
Y todo se reduce a una fibra cardada, un par de agujas o un gancho y muchas ganas.

(Con cariño para la comunidad de Ravelry y anexas, quienes me han recibido con tanta calidez)

julio 22, 2009

Mi madre, esa desconocida

Ni tan desconocida en realidad, sólo sorprendente. Nacida en los treintas, hija adoptiva del D.F., fue testigo de los simulacros de bombardeo durante la 2ª Guerra Mundial, la era del rock, la última inundación del centro (con lanchitas en pleno Bolívar, verdá de Dios), el 2 de Octubre, las Olimpiadas, las eternas devaluaciones y el terremoto del '85.
Tuvo etapas de tauromaquia, nacionalismo, rebeldía e internacionalización. Trabajó desde los 14 años y se jubiló con honores. Usó jeans antes que nadie y hasta pocos días antes de su muerte. Y en su juventud, vestidos de fiesta con tules y flores de seda que ella misma se hacía.
Muy noviera y amiguera, pero leal y discreta. Tanto, que las amistades le duraban toda la vida y las ahora-esposas de sus ex-novios acababan siendo sus amigas.
Con el pelo largo y ondulado y su aventajada estatura de 1.70, de joven tenía un aire de María Félix sin ceja levantada.


Católica devota y sorprendentemente tolerante. Madre consentidora pero con puño de hierro cuando la situación lo justificaba. Vivió en la Lagunilla, murió en Cuernavaca... Pero sobre todo eso: vivió.
Y algo de ella siempre fue un misterio. Hermoso misterio.

Cinco años sin tí. Pero sigues conmigo, sin ataduras, con la misma libertad que siempre me otorgaste. Gracias por siempre.

julio 14, 2009

Back to the 80's

Lo he leído en varios lugares y lo veo a diario en la calle (y temo que a veces en el espejo): en México la década de los ochentas llegó para quedarse. Aunque es bien sabido que la moda es esencialmente reciclable, hay cosas que no se reciclan, porque simplemente nunca las tiramos a la basura.
Supongo que por la vocación barroca que heredamos de nuestros antepasados ibéricos, todo lo que sea recargado, brillante y apantallador nos llama la atención. Admítanlo chicas, las mujeres mexicanas llevamos una diva ochentera muy adentro y a veces sale en forma de flecos estilo tubo de PVC (cepillo redondo, secadora y spray indispensables), colores de rómpeme-la-retina y pantalones pegadísimos. Aún quienes no vivieron esa época tienen arranques ochenteros, si no, ¿cómo se explica que aún existan enormes piezas de joyería de fantasía en colores neón?, ¿o el hecho de que el spray para pelo Aqua-Net siga vendiéndose?

Algunas de mis amabilísimas lectoras expresaron su horror ante un breve comentario que hice en otro post sobre el regreso de las hombreras, un bastión de la moda ochentera. Pues sí, lo afirmo y lo confirmo. Las hombreras regresan. He aquí las pruebas:






La galería completa la encuentran por aquí. Quizá no se vean tan mal en un traje de diseñador y un cuerpecito como el de Milla Jovovich, pero temo que las versiones más populares en cuerpos más comunes no van a ser tan armónicas.

Y para verlas en todo su esplendor, aquí está un link nostálgico que nos remonta a los tiempos de Reagan, la serie Dinastía y las lentejuelas al por mayor.

En palabras de Amy Winehouse: "I say no, no, no".

julio 08, 2009

Eterna fregadera

Vivo en Cuernavaca. Sí, sí, la eterna primavera y todo eso. Una de las cosas curiosas de Cuerna es que tiene microclimas, y no todos son primaverales. Conocemos por lo menos 4 distintos microclimas en bandas que van del norte al sur del área urbana. Porque ah sí, tenemos área urbana, pues la ciudad se desborda hacia todos lados a lo largo de las carreteras, y los municipios y pueblos que antes eran independientes se van adhiriendo a la mancha de asfalto. Yo vivo al norte, en el microclima fresco, y a medida que bajo hacia el centro las cosas se van caldeando, hasta llegar a los habituales 30° en el centro histórico en la primavera y el verano. Todo se pone particularmente interesante en el verano, época de lluvias torrenciales en la que calles y avenidas se vuelven efímeros ríos con corrientes sorprendentemente veloces, dado lo empinado del terreno. Una ciudad dividida por barrancas, en donde ir de una avenida a otra que le es paralela implica recorrer cuadras y cuadras hasta encontrar un puente que las conecte, o bien dar vueltas como enajenado por callecitas irritantes hasta dar con el camino correcto.
El punto de referencia siempre es el Oxxo más cercano a nuestro destino, con la salvedad de que hay Oxxos casi cada dos cuadras. Los nativos siempre dicen "no, si es bien fácil llegar" y los fuereños nos damos unas perdidas épicas en estas calles que nunca son rectas.
Los conductores de transportes públicos son una joya. Unas joyitas, más bien. Desde los taxistas que creen que son lo máximo porque evitaron un semáforo dando enormes rodeos, hasta los choferes de microbús que hacen ver a sus contrapartes defeñas como portentos de habilidad y buenas maneras.
Por aquí, a los tacos de guisado les dicen “acorazados” y hay restaurantes que orgullosamente anuncian “caldos de gallina estilo D.F.” Hay pasión por las tortillas hechas a mano y las cervecerías con vasos de a litro. Tenemos Liverpool y Starbucks, así que nos creemos ya del primer mundo. Cómo no...
Los fines de semana en centros comerciales y supermercados me divierto detectando a chilangas y chilangos visitantes: traje de baño visible bajo el top, chanclas playeras, shorts aunque la temperatura no lo amerite... Nos dicen “Cuernavaca” y automáticamente pensamos en sol y alberca. No siempre es así. Hay lluvia, viento, nublados persistentes y otras cosas menos naturales. Basura, mucha basura. Crimen. Impunidad. Casas a medio construir. Huelgas interminables de maestros. Más basura...



Y sin embargo las buganvilias siguen ahí, junto con las palmeras, las jacarandas, los pájaros que alborotan la tarde al irse a dormir. Iguanas que cruzan la carreteras del sur, conejos en el bosque del norte, tardes de domingo con globos y esquites en el Zócalo. Balcones llenos de flores en callecitas románticas, comercios añejos que desafían la economía, iglesias coloniales a pasto. Hay fregaderas, sí, pero también hay atardeceres que quitan el aliento. Y cuando vengo por la autopista ya cerca de la Pera y veo el valle de Cuauhnáhuac iluminado por el sol, con el Tepozteco a la izquierda y la pequeña gran ciudad a la derecha, siempre digo “hola Cuerna, ya llegué a casa”.

(Fotos: Vistas del Centro Histórico. Es rico ir de safari fotográfico.)

julio 01, 2009

Elogio de los 40

Sip. Cuarenta. Cuarenta y tantos, más bien. Acá su blogger nació a mediados de los sesentas, se formó en los setentas, disfrutó los ochentas y en los noventas como que empezó a entrar en razón. Entré al nuevo milenio con más dudas existenciales de las que tuve en la adolescencia, pero a estas alturas ya estoy viendo claro. En varios frentes, creo que ya sé de qué lado masca la iguana. La neta, me siento mejor que cuando tenía 25 años y creo que me veo un poco mejor. Por lo menos ya aprendí qué me queda y qué no, independientemente de modas y estilos.
En Junio fue mi cumpleaños, en medio de moderadas crisis de salud en la familia, cambios de estilo de vida, ejercicio, dieta, nuevas pasiones y una sana incertidumbre sobre el futuro. Suficientemente joven para atreverme a hacer nuevas cosas y suficientemente experimentada para saber qué evitar. He visto la muerte y el retorno de las minifaldas, los pantalones acampanados y/o a la cadera, los colores neón y las hombreras (sí, ahí vienen de nuevo). Siempre he oído hablar de “la crisis”, desde el Jolopo hasta Calderón, y ya ni me acuerdo cuántas devaluaciones me han tocado.
Estoy convencida de que esta es la mejor etapa de mi vida, aún con mi dependencia al tinte de cabello y los lentes bifocales (de transición, para que no se note tanto), que conviven con los tardíos barritos que no tuve a los 15 años. Muy a gusto con mi edad, pero no veo la necesidad de que el mundo me vea con la cabeza llena de canas. Creo que voy a seguir el ejemplo de mi madre, quien al retirarse de la vida laboral se dejó de pintar el pelo y disfrutó su jubilación luciendo su cabellera plateada y sus jeans de toda la vida. Pero sólo al retirarse. En cuando a los lentes, en la oficina uso los bifocales, pero encuentro cierto placer en sacar mis modernos lentecitos de lectura en las tiendas o los transportes, colocarlos sobre mi nariz y poner cara de señora cool.


Mi maestro de budismo siempre nos recuerda el tema de la impermanencia. Todo cambia y se transforma. Jóvenes ayer, viejos mañana... y el hoy se nos va como arena entre los dedos. Nos dice que nada, realmente nada nos garantiza que seremos unos viejitos lindos como Sara García.
Pues yo estoy haciendo lo posible hoy, a mis cuarenta y tantos años, para llegar a los sesenta como Helen Mirren.



No es tanto el cuerpo, todo empieza (y acaba) en la mente.

(¿Con esta confesión de edad habré perdido lectores veinteañeros? Hmmm... si supieran lo que les espera en los treintas... mwahahahah!)

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